Desde que es Román, Riquelme divide a los argentinos como si en lugar de pies tuviera una excavadora. Ayer, para alimentar aún más su leyenda y darles dulce a sus veneradores y veneno a sus detractores, se encargó de destrozar la teoría del trabajo, la previsión y la continuidad... Noventa días sin fútbol oficial, incertidumbre por su futuro, el cartel de colgado en Villarreal, las viudas que dejó en Boca, la (no) relación con Pellegrini, aquellas (no) convocatorias de Bielsa vestido de celeste y blanco... Todo barrido por dos tiros libres antológicos y un regreso al que cualquier mortal llamaría revancha. El no.
El dueño del equipo y del partido. El hombre que hace y deshace a su antojo. Argentina se mueve a su ritmo, bajo su cadencia, inteligencia, genio y velocidad. Para jugar al fútbol, y jugar bien al fútbol, a veces no sirve correr los 100 metros en menos de 10 segundos y sí tocar para atrás, de primera, para generar huecos en el rival.
Román jugó de Román. De 10. Fue faro, referencia y aduana. Titiritero. El más ovacionado cuando dieron las formaciones iniciales (ahí nomás arriba de Messi) por un público distinto al que va domingo a domingo a la cancha. Pateó el primer tiro al arco de la Selección en este camino a Sudáfrica. Abrió un partido hasta ahí sin propietario. Dejó a Iturra al borde de la expulsión y de un ataque de nervios. Pudo meter dos goles más de tiro libre. Y para aumentar ese morbo con los chilenos que se le cruzaron en su camino reciente, corrió 40 metros desde atrás a Matías Fernández (quien lo reemplazó en España) a ocho minutos del final, le robó la pelota, se la entregó a Mascherano en un brevísimo cuento del reino del revés y recibió el último "Riqueeel... Riqueeel...", del día. Su día.
En un mundo sin conductores naturales, Román defiende una raza y encontró en Basile a un racista del enganche. Y ahí es donde surge la dicotomía, el tómelo o déjelo. No hay grises alrededor suyo. Es Dios y el Diablo en el mismo partido, en el mismo equipo, en la misma Selección. Pero vale la pena tenerlo. Es cierto que no juega en Europa, tanto como que juega para Argentina.
Dueño de todas las pelotas paradas, su botín derecho no se atrofió por el parate y la sensibilidad de ese exquisito pie se mantiene inalterable. ¿Qué hubiera pasado si el seleccionado lo necesitaba con mayor intensidad en el segundo tiempo, cuando supuestamente iba a sentir la inactividad? Eso es algo tan hipotético como real es que él le ganó a Chile.
Messi puede hacer pucherito porque no le deja un tiro libre, pero JR lo abrazó para salir a la cancha en el segundo tiempo. Matías Fernández puede llegar a su club para sucederlo, pero JR lo saludó con cariño al final. Sus propios compañeros pueden no saber qué va a hacer, pero JR casi siempre les dio la pelota donde se debe. Miles de hinchas pueden tener ganas de zamarrearlo por su supuesta inacción, pero JR les regaló dos golazos, otra gran actuación y los primeros tres puntos en las Eliminatorias. Pellegrini puede estar yéndose a dormir en Villarreal, pero seguramente alguien le habrá avisado que ese JR que lo desairó ya es noticia mundial otra vez. Bielsa pudo no citarlo ni llevarlo al Mundial 2002, pero vio desde un lugar privilegiado cómo JR le ganó el partido. De él se trata. De Riquelme parado, tan deslumbrante como en movimiento.
lunes, 15 de octubre de 2007
De Riquelme parado
Etiquetas: Riquelme Argentina